Cuando te fuiste
no me dejaste
solo.
Aunque
quisieras,
no podrías.
No hay soledad.
Nadie me regaló,
nunca,
tal cosa.
Los miedos
ocuparon,
de inmediato,
tu sonrisa;
y el dolor se
sumó,
sin invitación
(como suele
sumarse)
y con alegría,
para hacer de mi
vida
un campo fértil
de agonía.